La lectura de una novela requiere de un proceso parecido al que precede el despegue de un avión; es preciso alcanzar la velocidad necesaria hasta conseguir elevar «la lectura» a una altura suficiente y estable donde empezar a gozar del «viaje» sin excesivas turbulencias. Del mismo modo, y como en todo despegue, existe una fase crítica en donde dicho proceso puede malograrse y hacer abortar, como consecuencia, lo que podría haber sido un «magnífico viaje».
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