Nuestro oído se asemeja mucho al paladar, se tiene que predisponer primero y exponer después a todo lo desconocido, para progresar y evolucionar hasta llegar a apreciar el «sabor» de muchas músicas. Aún así, hay una cosa que los distingue: el mayor obstáculo para un buen paladar suele ser la cerrazón mientras que lo que impide que tengamos un buen oído es la falta o el exceso de emoción.
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